sábado, 14 de mayo de 2011

¡playa!¡playa!

Como buena pisciana, nacida en una isla y acostumbrada a ver el agua del mar todos los días de mi vida, una de las cosas que más extraño de mi nuevo hogar es el mar.  Ya he mencionado otras veces mi relación cercana con él, siempre busco capturar algo de su energía cuando yo me siento sin fuerzas.  Por eso después de casi dos meses sin verlo, el fin de semana pasado decidí que era hora de visitarlo.


Luego de casi dos horas de camino, allí estaba el Océano Atlantico.  Esta vez lo admiraba desde otra latitud y parecía diferente, no había palmas ni uvas playeras.  Tampoco había un vendedor de pinchos ni un carrito de helados y mucho menos piraguas, tan solo mar y arena.  Para ser todavía primavera y la temperatura estar por los bajos 70 grados, había mucha gente en la playa.  Lo que no había era la algarabía de las playas puertorriqueñas, no se escuchaba el revolú de varios radios tocando diferente música,  compitiendo en volumen unos con otros.  No se escuchan las conversaciones sin sentido, arreglando el mundo con nuestra filosofía barata, las risas ante tanta estupidez, los niños correteando por todo el lugar y las madres gritando.


Tampoco se veía el humo de los bbq's boricuas calentando los calderos de arroz con pollo o arroz con salchichas.  El pan sobao con chiz wiz también brillaba por su ausencia.  ¡Ni siquiera había gente preparando sus propios hot dogs o hamburgers!  ¿Y la neverita?  Claro que si había, pero dudo mucho que estuvieran tan blindas como las neveritas boricuas.  Cerveza, ron, jugos y refrescos para mezclar, agua y maltas para los nenes.  Uuuhm! maltas, esas si que no hay, tan ricas bien frííias.


Si vi la playa, sentí el rico aroma del mar y la suave brisa del viento.  Por un buen rato estuve sentada en una mecedora viendo el paisaje y riendome sola con las diferencias entre nuestro día de playa y el de los norteamericanos.  Me imaginé que pasaría si de repente llegara allí una familia puertorriqueña fiel a las tradiciones playísticas nuestras, ¡que gufeo!  Me imagino a todo el mundo mirandolos raro y pensando "¡tenían que ser puertorriqueños!".

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