domingo, 2 de octubre de 2011

Querido amigo

La semana pasada me llamó tu hermana para decirme que habías muerto, esta semana todavía sigo pensando que en cualquier momento vas a llamar tan solo porque sí.  Aunque me duela admitirlo, se que ya no me llamaras ni volveré a verte.  Desde este momento tan solo me quedan los recuerdos de casi toda una vida juntos, a veces fuimos amigos, otras fuimos familia, en algunas ocasiones amantes y en las menos enemigos.  Luego de tantas experiencias y tantas conversaciones es imposible acostumbrarme a la idea de no volver a repetirlas.  Te escribo estas letras que contienen tantas cosas que hemos hablado miles de veces, tan solo para que conste en algun lado que lo hablamos.


Ahora que me enfrento a la triste realidad de que ya no te veré más; he estado recordando todos esos fabulosos momentos que compartirmos.  Cada cosa que hago o miro me recuerda a ti, el pavo que estaban haciendo en Food Network esta mañana me recuerda aquel que hiciste a la BBQ hace años en casa de tu madre.  Esa fue la primera vez que probé algo cocinado por tí.  


Veo una película y me acuerdo de nuestro primer beso, o de las largas caminatas en la playa.  Me divierte pensar en todas aquellas veces que nos las arreglamos para salir sin que nuestra familia se enterara de que eramos novios.  Mejor todavía es recordar aquellas conversaciones que teníamos durante la cena llenas de pura filosofía urbana.  Era entonces cuando peleabamos, por unos minutos eramos enemigos, cada uno defendiendo su propio punto de vista.  Un punto de vista que a veces, era indefendible.


De todas las cosas que me gustan de tí, lo que más me admiro es tu fortaleza, esa capacidad para reponerte luego de cada golpe que te dio la vida.  Jamás perdiste tu sonrisa, siempre fuiste el alma de la fiesta.  No tenías filtro, no existía en ti el acto de pensar antes de hablar, esa maldita manía tuya de decir siempre lo que pensabas te metió en muchos problemas pero de la misma forma supiste salir de todos ellos con tu encanto. 


Fuiste para tus hijos padre y madre, nunca te escuché quejarte por las largas horas de trabajo en la casa luego de las horas de oficina.  Supiste hacer de ellos personas de provecho con un gran corazón, aunque a veces no siempre sepan usarlo como tu quisieras.  En el amor no fuiste muy afortunado, pero tu actitud de más vale amar y arriesgarte a que te rompan el corazón a no conocer jamás lo que es sentirse amado siempre te salvó de sufrir una vida de soledad.  


Como hijo y hermano siempre fuiste excepcional, pendiente a lo que los tuyos necesitaban para ayudarlos sin que te lo pidieran.  Aun en los malos momentos nunca dejaste de ayudar, nunca reparaste y jamás pediste nada en cambio.   A pesar de que nuestra relación no funcionó me encantó la experiencia.  Disfruté cada minuto de los buenos tiempos y aprendí y crecí con los otros.  


Al final, recuerdo todo esto con cariño y doy gracias a Dios porque siempre te dije lo que pensaba que tenía que decirte y lo que mi corazón me gritaba que te dijera.  Lo último que escuchaste de mi fue que te quería mucho y cuando lo recuerdo inevitablemente una sonrisa se dibuja en mi rostro.


Francisco, esta carta es para tí, la escribo tan solo para que conste que alguna vez lo hablamos, porque desde ahora ya tu no estás para recordarme que cada palabra es cierta.  


PD. Te amo.

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