domingo, 17 de octubre de 2010

¿Se acordará alguien de irme a visitar?

Hoy estuve visitando un tío de mi papá en el asilo dónde vive hace ya algunos años.  En nombre del recuerdo de las múltiples veces que este hombre me carreteó entre la universidad y la casa de mis padres en mis años de estudios superiores, acostumbro visitarlo al menos 2 ó 3 veces al mes.  Es algo que he estado haciendo durante toda mi vida adulta, especialmente desde que mi padre murió hace unos años.  Muchas veces me siento algo culpable de no sacar más de mi tiempo para visitarlo más a menudo pero cada vez que voy me reconforta ver, que al menos yo siempre voy.  Yo soy, con excepción de su  hermana, la única visita que suele recibir.  Durante mis visitas, suelo ser casi la única visitante, nadie más ha tenido tiempo en la mañana del domingo para visitar a sus viejos.


El siempre me espera, con gran ilusión como si fuera todo un acontencimiento, bañado, perfumado y luciendo sus mejores galas.  Durante el último año nuestras conversaciones suelen ser demasiado parecidas.  Siempre empieza preguntándome por mi, ¿cómo está el trabajo? ¿viajando mucho?  Acto seguido comienza con la eterna lista de recomendaciones y cuidados para una mujer viajando sola.  Todas esas recomendaciones son increíblemente sensatas y muy reales considerando que él nunca ha salido más allá de la isla grande de Puerto Rico.  Luego me presentaba a todos los asistentes, enfermeros y demás personal del centro, cada domingo, vuelve a presentármelos y cada domingo vuelvo a reír encantada de conocerles.  Después me hace un recuento de las actividades diarias desde la hora de levantarse, ir a la misa, rezar, desayunar, etcétera, hasta la hora de ir a dormir.  Me explica dónde están localizados los salones de actividades, el comedor, la cocina y otras dependencias hasta llegar a los jardínes.  De los jardines, me describe cada planta y cada árbol frutal, dónde hace fresco y dónde hace sol, cuándo podan las plantas y a qué hora les echan agua.  Finalmente me habla de sus compañeros, me hace una sinopsis de la vida de cada cúal incluyendo si recibe visitas o no.  Me habla en tono conmovedor cuando me mencionan a unos cuantos, a quienes él nunca les ha visto recibir algún visitante.


Mientras el conversa, yo escucho, interrumpiendo de cuando en cuando para hacer las mismas preguntas cuyas contestaciones me se de memoria.  Varias veces durante el relato, llegan los otros inquilinos, uno a uno a saludar.  Todos parecen muy celosos de que mi tío tiene alguién que lo escuche aunque sea tres veces al mes.  Algunos son más tímidos y miran desde lejos esperando el momento en que yo me despida.  Saben que en ese momento, voy a saludarlos a todos y cuando me les paro enfrente sus ojos parcialmente apagados se iluminan y sus sonrisas ponen en evidencia sus precarias dentaduras.  Levantan sus manos temblorosas para saludarme y algunos como buenos caballeros, intentan levantarse.


Al cabo de un buen rato, ya es hora del almuerzo y comienza el desfile de bastones, andadores, sillas de ruedas y pasos débiles hasta el salón comedor.  En ese momento me empiezo a despedir, tarea que cada vez es más difícil.  Al principio iba allí a visitar uno, ya voy a visitarlos a todos.  Cuando llego, ya no encuentro a uno esperándome, ya me esperan todos los de ese grupo.  Desde el momento en que llego empieza a dar vueltas en mi cabeza la pregunta de siempre:  ¿dónde están los familiares?  ¿no hay ningún pariente que pueda pasar al menos a decir hola?  


Mi experiencia me dice que no tengo ni que hablar, solo escuchar, escuchar y sonreir.  Para mi esos minutos no son nada, pero quizás para algunos de ellos, el tío incluido, es extraordinario.  A veces luego de tanto trabajo, viajes, reuniones, tapones, estrés y más trabajo llego al domingo con el único interés de no moverme de la cama, pero entonces pienso en mis viejitos, me los imagino esperando, mirando por la puerta a que llegue "la nena" y entonces brinco de la cama para prepararme y llegar hasta dónde ellos.  Ellos me agradecen la visita, pero soy yo quién debo agradecerles a ellos, porque son ellos los que me hacen reír, los que con su realidad, me recuerdan de día a día porque tenemos que prepararnos para la vejez, porqué tenemos que vivir sin miedos pero con respeto.  Con sus historias no dejan de insistir en que lo bailao' nadie te lo quita.  Intento vivir a plenitud, amar y cultivar relaciones saludables y duraderas pero no deja de darme miedo cuando me pregunto, ¿se acordará alguien de irme a visitar?

2 comentarios:

  1. Es triste pero una gran realidad, casi nadie se recuerda de uno cuando llega a esa edad. Para muchos familiares es un estorbo hacer esas visitas. No piensan que algun dia ellos estaran tambien en esa etapa de la vejez, y de la manera que se comportaron cuando eran jovenes y trataron a sus familiares sera los frutos que recojeran cuando mas lo necesiten. Saludos.

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  2. Totalmente de acuerdo, parte del problema es que vivimos el momento pero se nos olvida que hay un mañana. Gracias por visitarme,

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