miércoles, 13 de octubre de 2010

Suspendida en el Aire

Por los pasados nueve meses he estado viajando desde y hacia mi país durante prácticamente cada semana.  Todos los que han viajado en avión alguna vez desde los sucesos del 9-11 saben que la experiencia vivida en los los aeropuertos no es precisamente placentera.  Siempre viví convencida de que no me gustaba viajar y elaboré una lista de razones para ello: filas de espera, verificaciones de seguridad, la alta probabilidad de extraños metiendo las manos entre las cosas personales, gente que no sigue instrucciones y causa dilaciones en los procesos, los cambios de horario y todos los problemas que los acompaña como la locura de los horarios de comida y sueño, el espacio limitado dentro de los aviones con el techo muy pegado a tu cabeza, sin espacio decente para las piernas y con el desconocido en la silla de al lado demasiado pegado. Aún cuando todas esas cosas siempre estuvieron bien presentes en mi mente, cuando uno de mis ex-jefes me llamó para ofrecerme un nuevo trabajo como consultora dije que sí.  Me imagino que mi respuesta afirmativa fue más por motivos económicos que por cualquier idea romántica de lo glamoroso que debe ser vivir en el aire la mayor parte del tiempo.  Mis amigos, al principio hacían apuestas entre si para ver quién adivinaba cuánto iba a durar en el nuevo trabajo.  La mayoría pensaba que renunciaba antes de los tres meses.   


Al aceptar el nuevo trabajo, tenía muy pocas expectativas sobre el futuro.  Se supone que la mayor parte del tiempo estaría trabajando en New Orleans y eso de por si, me traía muchas dudas.  Durante mi primer vuelo entre San Juan y  New Orleans estaba relajada con mi mente abierta a todas las posibilidades de este trabajo.  Mientras estaba sentada en el avión esperando por el despegue estaba tratando de convencerme de que hice lo correcto al aceptar un trabajo que prometía mantenerme viajando cada semana durante al menos seis meses a pesar de todos mis sentimientos negativos sobre viajar.  Estaba bien ocupada con mis pensamientos cuando por unos segundos sentí que estaba suspendida en el aire, con la sensación de que el avión no se movía.  Había viajado muchas veces anteriormente pero no recordé haber sentido esa sensación nunca antes.  Ese día me volví consciente de que con cada despegue, siempre hay unos microsegundos en los que estamos suspendidos en el aire esperando por establecer la dirección de nuestra viaje.  Ese mismo microsegundo me di cuenta de que ocurre lo mismo con nuestra vida.  Cada vez que tenemos que iniciar algo nuevo, justo después de tomar una decisión, está bien suspenderse en el aire por unos segundos el tiempo justo para establecer el nuevo rumbo.  Tiene que ser algo rápido, si no movemos los pedales correctos a tiempo podemos terminar estrellándonos contra el suelo.  Fue asi como decidí que en ese momento no estaba viajando para comenzar un nuevo trabajo, viajaba para comenzar una nueva aventura.


Asi fue cómo, mientras estaba suspendida en el aire sin moverme por unos segundos establecí mi rumbo.  Decidí que mientras viajaba para trabajar iba a disfrutarme al máximo la experiencia.  Tan pronto establecí la ruta empecé a ver otras posibilidades, como aprovechar la ocasión para practicar otra de mis pasiones, la fotografía.  Recordé que muchas veces leí las maravillas de visitar otros países y poder establecer contacto con la cultura y las personas.  Ver nuevos escenarios te abre los ojos y la mente a nuevas realidades.  Pues bien, me llegó la hora de probar cuan cierto es eso.

2 comentarios:

  1. Bueno por lo menos ya has estado nueve meses en el trabajo, has durado mas de lo que predijeron tus amigos.

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  2. Asi soy yo, siempre llevando la contra...
    Gracias por la visita.

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