Hace varias lunas atrás tenía un jefe a quién cada vez que miraba, me preguntaba cómo diablos había llegado a ser gerente del departamento. El individuo llevaba más de 25 años trabajando en la compañía, los últimos 10 en la misma posición. Para mi siempre fue como un dinosaurio tratando de adaptarse a la vida actual. El jefe, conocía la planta entera, a todos los empleados por su nombre y no había nadie mejor que él para resolver problemas cotidianos en el piso de producción. Debido a sus conocimientos del proceso de manufactura completo y la cantidad de años en la empresa se convirtió en la enciclopedia viviente, todos llegaban hasta su oficina a buscar las lecciones aprendidas del pasado.
A estas alturas, me imagino que se están preguntando porqué dije que no entendía como había llegado a gerente si luego dediqué todo un párrafo a destacar sus excelentes cualidades. Lo que pasa es que me falta la segunda parte, sus defectos, o como diría mi amiga la sigoloca, digo sicóloga; cualidades en construcción.
Sus cualidades en construcción eran varias, pero puedo resumirlas simplemente diciendo que era un mal gerente. El tipo era un desastre para la parte administrativa de su trabajo, la desorganización era la orden del día. Nunca se acordaba de las fechas límites, ni del día y hora de las reuniones. A las reuniones que llegaba sin que lo llamaran, siempre llegaba tarde porque estaba en el piso de producción resolviendo problemas. Su problema con las fechas era en parte causado por su intensa aversión a la tecnología. No le gustaban las computadoras, no sabía como utilizarlas efectivamente por lo que el calendario del programa de mensajes así como el del teléfono inteligente que tan solo sabía usar para hacer llamadas eran puros accesorios de lujo.
Si querías que un documento entrara al triángulo de las Bermudas, solo tenías que dejarlo sobre su escritorio, si necesitabas que un informe se perdiera en la dimensión desconocida, solo tenías que entregárselo a la mano. Su oficina parecía un almacén de artículos perdidos, ¡hasta ropa y zapatos tenía escondidos detrás del escritorio!
A la hora de tomar acción disciplinaria con los empleados, había que sentarse a esperar a veces días antes que se decidiera a tomar una decisión, simplemente no le gustaba disciplinar por lo que teníamos unos cuantos empleados que honestamente, parecían niños malcriados. Ahora, si otra persona, digamos que el gerente de recursos humanos, le decía lo que tenía que hacer, entonces se sentaba con el empleado en cuestión y lo disciplinaba.
Como me imagino dedujeron hace rato, el jefe fue un excelente supervisor, por eso lo premiaron con la promoción a gerente. Sin embargo, ser un excelente supervisor no implica que vas a ser un excelente gerente. Tampoco ser buen empleado garantiza que sea un buen supervisor. Mi jefe es un buen ejemplo del Principio de Peter, un individuo que llegó a su nivel de incompetencia. Nunca había escuchado de este principio, pero tan pronto leí sobre el mismo supe que mi jefe encajaba perfectamente con la descripción.
Según Laurence J. Peter cuando hacemos bien un trabajo, somos ascendidos. Hacemos bien el nuevo trabajo y nuevamente somos ascendidos. Esto sigue pasando hasta que eventualmente llegamos a una posición que ya no podemos hacer bien. En ese momento llegamos a nuestro nivel de incompetencia. Al llegar allí, nos estancamos o volvemos a una posición inferior, o nos despiden. Interesante teoría que el autor expone en un libro que al redactarse se supone que era un chiste y terminó siendo un fenómeno muy debatido en el área de recursos humanos. Obviamente, el principio aplica a cualquier ambiente de trabajo, incluyendo la política.
Como punto a favor del Principio de Peter, a mi jefe, luego de muchos años tratando de que hiciera su trabajo administrativo eficientemente, le dieron otra posición, a un nivel inferior por supuesto. Entonces, el dinosaurio volvió a su habitat, jamás lo había visto reír tanto y tan seguido como desde el día en que le dieron su nueva posición.
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